Podía haber empezado un día cualquiera . Elegí éste, un día de otoño, de un otoño caluroso y terriblemente seco , tan diferente a aquellos otros de la infancia en los que las calles se llenaban de charcos y los niños llevábamos unos largos impermeables de plástico azul por los que el frío se calaba hasta los huesos.
Empecé a escribir sin saber bien por qué. Para rellenar la horas interminables de la noche, las horas del insomnio. Empecé a escribir sin saber muy bien a donde iba .
Siempre había sentido un extraño regusto por las palabras, ese raro instrumento que sustituye a la piedra y al puño. Poder decir las cosas que pasan sin cesar por la cabeza y el vientre, aún sin forma, y dejarlas plasmadas en la voz o en la página. Buscar cuidadosamente la palabra, la más aproximada, la que más se acerca, siempre me atrajo esa tarea de orfebre, infinita e imposible.
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